TEXTO ORIGINAL EN FRANCÉS AQUI
LEER EN ITALIANO AQUI
TEXTO EN CASTELLANO VIA artilleriainmanente.blogspot
LEER EN ITALIANO AQUI
TEXTO EN CASTELLANO VIA artilleriainmanente.blogspot
Los católicos, judíos y musulmanes integristas, los copeístas* desinhibidos, los psicoanalistas edípicos, los socialistas naturalistas à la
Jospin, los izquierdistas heteronormativos y el rebaño creciente de los
modernos reaccionarios estuvieron de acuerdo este domingo en hacer del
derecho del niño a tener un padre y una madre el argumento central que
justifica la limitación de los derechos de los homosexuales. Se trató de
su día de salida, la gigantesca salida del clóset de los hererócratas.
Ellos defienden una ideología naturalista y religiosa de la que se
conocen los principios. Su hegemonía heterosexual ha reposado siempre
sobre el derecho de oprimir a las minorías sexuales y de género. Se
tiene la costumbre de verlos blandir una hacha. Lo que es problemático,
es que fuerzan a los niños a portar esa hacha patriarcal.
El niño que Frigide Barjot asegura proteger no existe. Los defensores de
la infancia y la familia hacen llamado de la familia política de un
niños que ellos construyen, un hijo presupuesto heterosexual y bajo la
norma del género. Un niño que privan de toda fuerza de resistencia, de
toda posibilidad de hacer un uso libre y colectivo de su cuerpo, sus
órganos y sus fluidos sexuales. Esta niñez que ellos aseguran proteger
exige el terror, la opresión y la muerte.
Frigide Barjot, su musa, aprovecha que es imposible para un niño
rebelarse políticamente contra el discurso de los adultos: el niño es
siempre un cuerpo a quien no se reconoce el derecho de gobernar.
Permítanme inventar, retrospectivamente, una escena de enunciación, de
hacer un derecho de réplica en nombre del niño gobernado que fui, de
defender otra forma de gobierno de los niños que no son como los otros.
Alguna vez fui el niño que Frigide Barjot se enorgullece de proteger. Y
me sublevo hoy en nombre de los niños que estos discursos falaces
esperan preservar. ¿Quién defiende los derechos del niño diferente? ¿Los
derechos del chico pequeño que ama vestir de rosa? ¿De la chica pequeña
que sueña con casarse con su mejor amiga? ¿Los derechos del niño queer,
maricón, tortillera, transexual o transgénero? ¿Quién defiende los
derechos del niño para cambiar de género si lo deseara? ¿Los derechos
del niño a la libre autodeterminación de género y sexualidad? ¿Quién
defiende los derechos del niño a crecer en un mundo sin violencia sexual
ni de género?
El discurso omnipresente de Frigide Barjot y de los protectores de los
“derechos del niño a tener un padre y una madre” me hacen volver al
lenguaje del nacional catolicismo de mi infancia. Nací en la España
franquista, en la cual crecí con una familia heterosexual católica de
derecha. Una familia ejemplar, que los copeístas podrían erigir como
emblema de virtud moral. Tuve un padre, y una madre. Cumplieron
escrupulosamente su función de garantes domésticos del orden
heterosexual.
En el discurso francés actual contra el matrimonio y la Procreación
Médicamente Asistida (PMA) para todos, reconozco las ideas y los
argumentos de mi padre. En la intimidad del hogar familiar, desplegaba
un silogismo que invocaba la naturaleza y la ley moral con el fin de
justificar la exclusión, violencia e incluso asesinato de los
homosexuales, travestis y transexuales. Comenzaba por “un hombre debe ser un hombre y una mujer una mujer, así como Dios lo ha querido”, continuaba por “lo que es natural, es la unión de un hombre y una mujer, es por esto que los homosexuales son estériles”, hasta la conclusión, implacable, “si mi hijo es homosexual prefiero matarlo”. Y ese hijo, era yo.
El niño a proteger de Frigide Barjot es el efecto de un dispositivo
pedagógico temible, el lugar de proyección de todos los fantasmas, la
coartada que permite al adulto naturalizar la norma. La biopolítica1
es vivípara y pedófila. La reproducción nacional depende de ello. El
niño es un artefacto biopolítico garante de la normalización del adulto.
La policía del género vigila la cuna de los vivientes por nacer, para
transformarlos en niños heterosexuales. La norma realiza su ronda
alrededor de los cuerpos tiernos. Si tú no eres heterosexual, es la
muerte quien te espera. La policía del género exige cualidades
diferentes del pequeño chico y la pequeña chica. Da forma a los cuerpos a
fin de dibujar órganos sexuales complementarios. Prepara la
reproducción, desde la escuela al Parlamento, industrializándola. El
niño que Frigide Barjot desea proteger es la creatura de una máquina
despótica: un copeísta empequeñecido que hace campaña para la muerte en
nombre de la protección de la vida.
Recuerdo el día en el que, en mi escuela de monjas, las Hermanas
Reparadoras del Sagrado Corazón de Jesús, la madre Pilar nos pidió
dibujar a nuestra futura familia. Tenía 7 años. Me dibujé casada con mi
mejor amiga Marta, tres niños y varios perros y gatas. Había ya
imaginado una utopía sexual, en la cual existía el matrimonio para
todos, la adopción, la PMA... Algunos días después, la escuela envió una
carta a casa, aconsejando a mis padres llevarme a ver a un psiquiatra, a
fin de arreglar lo antes posible un problema de identificación sexual.
Numerosas represalias siguieron a esta visita. El desprecio y rechazo de
mi padre, la vergüenza y culpabilidad de mi madre. En la escuela, se
extendió el rumor de que yo era lesbiana. Una mani de copeístas y
frigide-barjotianos se organizaba cotidianamente delante de mi clase. “Sal tortillera, decían, se te violará para que aprendas a besar como Dios lo quiere.” Tenía un padre y una madre, pero fueron incapaces de protegerme de la depresión, la exclusión, la violencia.
Lo que protegían mi padre y mi madre, no eran mis derechos de niño, sino
las normas sexuales y de género que se habían ellos mismos inculcado en
el dolor, a través de un sistema educativo y social que castigaba toda
forma de disidencia con la amenaza, la intimidación, el castigo, y la
muerte. Tenía un padre y una madre, pero ninguno de los dos pudo
proteger mi derecho a la libre autodeterminación de género y sexualidad.
Huí de este padre y esta madre que Frigide Barjot exige para mí, mi
supervivencia dependía de ello. Así, aunque tuve un padre y una madre,
la ideología de la diferencia sexual y la heterosexualidad normativa me
los has había confiscado. Mi padre fue reducido al rol de representante
represivo de la ley del género. Mi madre fue privada de todo lo que
habría podido ir más allá de su función de útero, de reproductora de la
norma sexual. La ideología de Frigide Barjot (que se articulaba entonces
con el franquismo nacional católico) ha desollado al niño que yo era
del derecho de tener un padre y una madre que habrían podido amarme, y
cuidar de mí.
Nos llevó mucho tiempo, conflictos y heridas superar esta violencia.
Cuando el gobierno socialista de Zapatero propuso, en 2005, la ley del
matrimonio homosexual en España, mis padres, siempre católicos
practicantes de derecho, se manifestaron a favor de esta ley. Votaron a
favor del partido socialista por primera vez en su vida. No se
manifestaron únicamente en favor de defender mis derechos, sino también
de reivindicar su propio derecho a ser padre y madre de un niño
no-heterosexual. Para el derecho a la paternidad de todos los niños,
independientemente de su género, su sexo o su orientación sexual. Mi
madre me contó que tuvo que convencer a mi padre, más reacio. Me dijo “nosotros también, nosotros tenemos el derecho de ser tus padres”.
Los manifestantes del 13 de enero no defendieron el derecho de los
niños. Defienden el poder de educar a los hijos en la norma sexual y de
género, como supuestos heterosexuales. Desfilan para mantener el derecho
de discriminar, castigar y corregir toda forma de disidencia o
desviación, pero también para recordar a los padres de hijos
no-heterosexuales que su deber es tener vergüenza por ellos, rechazarlos
y corregirlos. Nosotros defendemos el derecho de los niños a no ser
educados exclusivamente como fuerza de trabajo y reproducción.
Defendemos el derecho de los niños a no ser considerados como futuros
productores de esperma y futuros úteros. Defendemos el derecho de los
niños a ser subjetividades políticas irreductibles a una identidad de
género, sexo o raza.
Qui défend l'enfant queer ?, publicado en Libération el 14 de enero de 2013.
* Seguidor de Jean-François Copé, político francés.
1 Concepto de Michel Foucault que designa un poder que
se ejercer sobre el cuerpo y las poblacione. Autora de “Pornotopía:
Arquitectura y sexualidad en Playboy durante la guerra fría”, (Anagrama,
2010).
muchas gracias por la traducción
ResponderEliminarbicos
Pablo
Pudiste poner la referencia de dónde lo copiaste al menos:
ResponderEliminarhttp://artilleriainmanente.blogspot.mx/2013/01/beatriz-preciado-quien-defiende-al-nino.html
arreglado.
ResponderEliminarGracias por la traducción! conocen a este texto de Despentes? http://cahierdeterrain.blogspot.com.es/2013/01/virginie-despentes-contesta-lionel_21.html
ResponderEliminarMe pregunto quién, dentro de los niños queer, defiende a los niños y adolescentes pedófilos.
ResponderEliminarPorque cuando se habla de defender a las minorías sexuales, ¿cuántas veces se incluye a las personas que son pedófilas? ¿Cuando se habla de adolescentes queer, cuántas veces se incluye a los chicos pedófilos?
Si hablamos de los derechos de los niños sin distinción de orientación sexual, entonces dejemos de discriminar, demonizar, estigmatizar, censurar, denigrar, marginalizar, excluir a los niños pedófilos; así como a todas las personas pedófilas dignas que lo merecen.